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lunes, 1 de agosto de 2022

lunes, 16 de julio de 2018

EMA NO JUEGA de Renate MÖRDER

© Renate MÖRDER


El día del entierro, Ariadna dejó en la tumba de su hija Ema a su Barbie Rapunzel. Tardó dos semanas en tomar coraje para volver y al llegar comprobó que la muñeca ya no estaba. Dejó unas rosas en el florero situado a un costado de la fotografía de su hija y deambuló entre las pequeñas lápidas del sector infantil, buscándola. Observó con fastidio autitos y peluches, molinitos y cintas de colores que se movían con el viento. Todos los niños parecían tener sus juguetes, todos menos su hija. Recordó como Ema se desesperaba cuando alguna enfermera le quitaba la Barbie de su lado y sintió ganas de gritar. Deseó que llegara alguien para poder contarle, para poder preguntar si a sus hijos también les robaban los juguetes, pero era enero a la hora de la siesta y ella era la única viva. 

Seguí leyendo este cuento en TREN INSOMNE





sábado, 4 de noviembre de 2017

CAPRI EN AGOSTO de Renate MÖRDER

Salieron del funicular y la vista desde la Piazzetta los dejó sin aliento, fue como recibir el beso de un amante apasionado. Pedro la miró cómplice como queriendo compartir la magia del momento. Intentó sonreírle, pero chocó contra el hielo de sus ojos. Carlota comenzó a caminar por la Vía Longano y él la siguió con una mueca amarga. Se perdieron por un laberinto de calles angostas con tiendas exclusivas que ella ni miraba. Una adolescente a la que no le importaba la ropa, que desdeñaba lo banal y parecía tener la seguridad de una mujer adulta. Su hija lo asustaba. En un mercado compraron agua mineral para soportar el sol de agosto a la hora de la siesta y luego emprendieron la caminata hacía la Villa Jovis. Esquivando turistas llegaron a la Vía Tiberio. Él conocía el camino pero no recordaba que fuera tan cuesta arriba, pero bueno, en aquel entonces con treinta años nada parecía ser muy empinado. Un carrito de golf que transportaba a unos veraneantes con su equipaje los obligó a detenerse a un costado de la calle.
Mirá que lindo Carli, tendríamos que haber contratado uno como ese comentó Pedro. Carlota no dijo nada. Una adolescente indolente, eso era. Nada que no se relacionara con ella o su madre le importaba.
Con esfuerzo él y sin dificultad ella siguieron ascendiendo rumbo a la cima del monte Tiberio. Pasaron frente al arco de entrada de la Chiesa di San Michele Alla Croce y Pedro tuvo ganas de entrar como lo había hecho aquella vez con su ex mujer, pero siguió andando entre medianeras de piedra y entradas a villas con jardines cubiertos de flores. Cuando ya prácticamente desfallecía, su hija decidió parar. Él se sentó en un cantero y bebió un poco de agua mientras Carlota tomaba una fotografía.
—Tengo una foto de mamá que posa en el frente de esa casa —dijo de pronto.
Él la recordó de inmediato, a pesar de que hacía años que no la veía. Su ex mujer se había quedado con sus fotografías, con su casa, con su hija, con todos sus recuerdos.
 —Siento como si conociera Capri, —agregó Carlota como si hablara consigo misma— el último tiempo, mamá no hacía más que acordarse de este viaje.
Pedro tuvo ganas de contarle lo felices que él y su madre habían sido allí, pero se abstuvo, sabía que nada de lo que le dijera iba a conmoverla. Siguieron caminando, a esta altura, prácticamente solos. Aquel  circuito, bajo el sol de agosto era solo para intrépidos, la mayoría de los turistas prefería dar una vuelta en barco o pasear por los jardines de Augusto. Miró con desconfianza el desfibrilador que estaba apostado en un muro, no los había visto antes en la isla y por un momento tuvo un atisbo de pánico, pero respiro hondo. Debía tranquilizarse, no le iba a pasar nada, no estaba enfermo, no estaba tan viejo, podía soportarlo. Continuaron, más villas, más jardines, más limoneros, más flores y él se preguntó si su ex mujer no había elegido la Villa Jovis a propósito para cansarlo, para que se infartara.
—¿Estás segura que dijo en la Villa Jovis? —le preguntó a su hija.
—Sí. Me contó que le diste un anillo y se comprometieron en ese lugar. Pero si estás muy cansado, puedo seguir sola.
—¿Cómo te voy a dejar sola?
Lo miró con esa mirada dura que le recordaba tanto a Adela y le asestó el golpe verbal:
—No sería la primera vez.
Esta vez el que tomó la iniciativa de seguir caminando fue él. No le iba a dar más explicaciones, entendía que Carlota no tenía la culpa, los chicos nunca tienen la culpa, pero ya estaba harto de explicarle como habían sido en realidad las cosas.
Subieron por una escalera de piedra y ella dio un salto cuando se le cruzó una lagartija, la oyó reír y le pareció una música hermosa. De chiquita se reía mucho, en cambio ahora solo lloraba, discutía, cuestionaba. Había corrido a Rosario apenas supo del fallecimiento de Adela con la esperanza de recuperar a su hija. Todo había sido en vano, su mujer la había alimentado con odio y ahora la niña prefería vivir con una tía en lugar de quedarse con él en Buenos Aires.
Llegaron a un bosque, vieron unas cabras y ella se detuvo a mirarlas. Pedro aprovechó para descansar, el corazón le latía desbocado, la ropa se le pegaba a la espalda. Respiró hondo y se perdió en la vista de la isla que era impresionante desde esa altura y pensó en los pobres infelices que Tiberio arrojaba al mar. La voz de su hija rompiendo el silencio de la tarde lo sorprendió.
—¿Dónde le diste el anillo?
Pedro miró a su niña con pena, ella quería cumplir al pie de la letra con la voluntad de su madre. Unas semanas atrás le había pedido llorando a moco tendido que la llevara a Capri y él, sin pensarlo, había sacado los pasajes, pero ahora se arrepentía un poco. ¿Cómo iba a hacer de ahora en adelante para volver a vivir sin ella?
Carlota seguía esperando su respuesta. Pedro sopesó las posibilidades, no sabía si iba a llegar hasta la villa, se sentía demasiado agotado y no podía arriesgarse a que le pasara algo, dejándola sola en el medio de la nada.
—Fue allá —mintió, señalando un lugar relativamente cercano.
—¿No había sido en la Villa? Mamá me dijo...
—No, se confundió, nos paramos acá, a mirar el paisaje, estábamos cansados. Acá yo le pedí que se casara conmigo. ¾lo dijo con tanta seguridad que Carlota le creyó.
Con cuidado, extrajo de su bolso la pequeña urna y se la alcanzó a su hija.
—¿Rezamos primero? —le preguntó ella.
Él asintió. Dijeron una plegaria y arrojaron las cenizas al costado del camino. El padre abrazó a la hija y ella se dejó consolar. Lloraron juntos: por los años perdidos, por la madre perdida,  por el amor perdido y entonces él, sin una pizca de orgullo, se animó a rogar:
—No te quedes en Rosario, vení a vivir conmigo, dame una oportunidad.
Carlota lo miró como buscando algo en el fondo de sus ojos, algo que evidentemente logró encontrar. Luego le devolvió el abrazo.

En silencio emprendieron el regreso a la estación del funicular, el sol ya no estaba tan abrasador, el camino era cuesta abajo, todo mejoraba.

Este cuento forma parte de la Antología "LUGARES"

jueves, 19 de octubre de 2017

2 ESTACIONES - SUPLEMENTO ESPECIAL DE EL NARRATORIO

PÁJAROS CANTAN
RENATE MÖRDER

Y
a es primavera, unos pájaros atraviesan los barrotes de la reja y se posan en el alféizar. Maribel, desde abajo, no los ve pero oye sus trinos, da saltitos intentando divisarlos, sonríe, imaginando que van a hacer un nido. Se detiene bajo el ventanuco y algo cae y golpea su cabeza. Ella observa el trozo de alambre puntiagudo y oxidado y piensa. Es una cuestión de precisión y de suerte. Entonces la puerta se abre, los pájaros amplifican su canto, él ingresa y los mira con ojos inyectados. Maribel salta, le perfora la yugular, corre.






OTOÑO DEL´89
RENATE MÖRDER

L
a hoja se desprendió del árbol y cayó a sus pies. La niña la recogió, sacó un bolígrafo y escribió su nombre en ella. Le dio un beso de despedida y la dejó a merced del viento que la arrastró más allá del muro. “La hoja es libre”, exclamó. Muchos otoños y muchas hojas después, en aquel precioso otoño de 1989, la niña, ya mujer, camina sin que nadie la detenga. Llega hasta la Columna de la Victoria y recoge una hoja del suelo. Saca un bolígrafo y escribe su nombre, la suelta, sonríe.






lunes, 20 de febrero de 2017

DESDEÑADA de Renate MÖRDER

Asistió al baile de carnaval. Esperó en vano que le pidieran una pieza. Resentida provocó el fuego, bailarían con ella en el más allá.


#carnavalesdecuento